Aún lo recuerdo.
Éste fue mi primera vez de abrirme al Mundo en Soledad.
Decidí sin móvil, sin ninguna forma de contacto que no fuera un teléfono fijo que me encontrara. Y sin habitación de destino, solo un lugar: al Fin de Mundo (Ushuaia).
De primeras, yo llegué por primera vez a Buenos Aires, pero mi mochila no. Me dieron un papel con plata para algo de ropa, y el compromiso que me llegaría en algún momento, a donde estuviera. Yo solo pude ofrecer un correo electrónico (feliz), y la idea de decir, cuando estuviera. Fliparon. Y garantizo que de verdad, tuve Sensación de Libertad.
Reconozco que un poco de rebeldía había, aunque seguramente, había más, de ganas de Ser, de demostrarme que podía hacer lo que Sentía, de ir hacia algo que no podía aprender en mi cuna.
Volé, Caminé, Navegué, y llegué al Faro del Fin del Mundo; oí el crujir del hielo de un Glaciar; y crucé en bus las llanuras de la Patagonia. Vi una película argentina, en Argentina; me salpicó el agua de una madre ballena y su bebé; y toqué todo se transforma en rincones de Compartir. Vi gente conversando en la Plaza de Mayo; escuché un lugar de tango; y seguí la estela de la punta de un gran Obelisco. Noté en los pies el temblar de un Estadio; paseé por el Caminito y sus colores; y toqué las paredes azul y amarillas de Diego Armando. Conocí dónde vivió Mafalda con su Genio; y también conocí alguien de Aquí, Ashá, con Alguien de Ashá, Allí. Y al final, pisé un poco de calles de Drexler, y de un teatro donde seguro tocó; y leí Benedetti en un café, dónde en alguna mesa, algo, seguro escribió.
Y volví, 21 días después, habiendo aprendido que, frente dos puertas, hay la certeza que cada una esconde una Historia que marcará mi momento, y siendo igual de inciertas y diferentes, entro en una, llevándome los nervios y la magia, de lo bonito que es Vivir.
Contento, Feliz, de haber elegido la puerta a Intentar, lo que algún día Intuí Querer Ser.
















































